Soy de los que opinan que el gran hombre cuyo retrato podéis ver colgado sobre el escritorio sabía lo que se hacía cuando inventó el juego del béisbol. Soy de los que creen que, en lo que atañe a la geometría del diamante, fue un genio a la altura de Copérnico y sir Isaac Newton.
—Philip Roth, La gran novela americana
¿Cómo puede haber judíos sin béisbol?
—Philip Roth, La contravida
Philip Roth publicó La gran novela americana en 1973, pero para muchos de sus lectores sigue siendo una novela por descubrir. Supongo que en España podían contarse con los dedos de una mano quienes conocían su existencia hasta que la editorial barcelonesa Contra la publicó en 2015, en traducción de quien esto firma; muchos la creían incluso inédita en castellano, pese a existir una traducción anterior, de Lucrecia M. Sáenz, publicada en 1975 por Emecé y hoy en día casi inencontrable.
Cuesta contar la historia de La gran novela americana. Es más, resumir su acción puede resultar tan prolijo e inútil como describir un cuadro de El Bosco. Intentémoslo, no obstante. Corre el año 1973 y un provecto y achacoso Word Smith, antiguo reportero y redactor de discursos presidenciales, además de incontinente hacedor de juegos de palabras (nomen omen) y aspirante a autor de la gran novela americana, se dispone a recordarle al mundo la existencia la Liga Patriota de béisbol y a desvelar por qué oscuros motivos los poderes fácticos lograron borrarla de los anales de la historia. Para ello será preciso remontarse a 1943, el año en que el Departamento de Guerra estadounidense confisca para uso militar el estadio de los Ruppert Mundys, un equipo formado, entre otros, por un mánager misionero, un cácher manco, un exterior cojo, un bateador enano y alguna joven promesa resignada a convivir en el dugout con semejante equipo de freaks y de lisiados. La temporada avanza y los Mundys, eterna escuadra visitante, se van hundiendo poco a poco bajo las penalidades que les impone su interminable travesía del desierto. El golpe de gracia llegará de manos del complot comunista promovido por uno de sus antiguos jugadores estrella, Gil Gamesh. La suerte del resto de la Liga Patriota no es mucho mejor: una familia judía ha comprado los Greenbacks, una viuda es la propietaria de los Tycoons, los Reapers están en manos de un contrabandista rehabilitado y el árbitro Mike «el Bocazas» Masterson, tullido de por vida por culpa de un desafortunado pelotazo, recorre los estadios buscando justicia. Entretanto, se suceden mil escenas dignas de un guion de los hermanos Marx: una casa de lenocinio donde por noventa y ocho centavos te cantan el «Duérmete niño», un partido amistoso contra la selección de un manicomio, un niño prodigio que inventa unos cereales dopantes y formula la ecuación fundamental para ganar un partido de béisbol, etc.
Por debajo de este torbellino de peripecias se deslizan multitud de críticas descarnadas: a los grandes autores del canon literario estadounidense, incluido Hemingway, que nos deleita con un cameo; a los aplicados funcionarios anticomunistas que legaron al mundo la vergonzosa caza de brujas; a la mediatizada sociedad del espectáculo que pretende trivializar un deporte que en tiempos lindó con lo mítico… En resumen, las instituciones y los valores de un país y de una época. El propio autor lo ha dicho abiertamente en alguna ocasión:
No se trataba de desmitificar el béisbol —nada tiene que pueda dar pie a ello—, sino de descubrir en el béisbol un medio para dramatizar la lucha entre el benigno mito nacional de sí misma que una gran potencia prefiere perpetuar y una realidad despiadadamente insidiosa, casi demoníaca (como la que habíamos conocido en los años sesenta).[1]
Con todo, muchos han interpretado La gran novela americana como un incomprensible elefante blanco en medio de un corpus novelístico, el de Roth, preocupado, sobre todo, por diseccionar los conflictos morales de sus personajes en un entorno realista, concreto y perfectamente reconocible, al menos para el lector americano medianamente culto y cosmopolita al que parece dirigirse. Pero la aparición de La gran novela americana no resulta tan extraña si nos fijamos bien en la trayectoria de su autor hacia los años setenta. Roth había dado un primer golpe de timón hacia la sátira en 1969, con El lamento de Portnoy, al que siguieron unos cuantos años de progresiva acentuación de lo caricaturesco, lo fantasioso y lo exagerado: Nuestra pandilla, otro libro extravagante y algo olvidado donde el béisbol también está bastante presente, apareció en 1971 y, al año siguiente, El pecho, que quizá habría corrido la misma suerte de no ser tan atractivamente kafkiano. Es en este contexto de exploración del humor y de la sátira que hay que enmarcar La gran novela americana. Porque, como algún crítico ha señalado con acierto, lo que tenemos entre manos es una sátira en su sentido literal: una macedonia en la que cabe mezclar de todo cuanto a uno se le ocurra sobre un determinado tema siguiendo los dictados de la libre asociación.[2]
En La gran novela americana, la excusa que sirve para desatar el caudal discursivo de Roth (la torrencialidad verbal es quizá lo que más sorprende al lector acostumbrado al progresivo laconismo del último Roth) es el béisbol, un tema que en muchas de sus novelas aparece aquí y allá como puente cultural y símbolo de asimilación de los judíos al estilo de vida americano, pero que puede parecer harto exótico en España, donde el béisbol es ese deporte incomprensible donde unos tipos con gorra le atizan a una pelota con un palo y donde, en cualquier caso, el deporte no suele inspirar alta literatura (sea lo que sea lo que se quiere decir con ese término). Sin embargo, el juego de la pelota cuenta con una rica tradición en la literatura estadounidense, y Roth la conoce bien: el béisbol aparece, con distintos grados de importancia, en El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, El halcón maltés de Dashiell Hammett y en la poesía de Marianne Moore. Ring Lardner, marcó a varias generaciones con sus crónicas de béisbol más que con sus cuentos. En la década de 1940, el «pasatiempo nacional» dio pie a un subgénero especial dentro de la novela de misterio, tradición que llega hasta el Paul Auster de Jugada de presión (firmada como Paul Benjamin; el título original Squeeze play, alude a lo que en el mundo del béisbol se conoce más bien como «jugada de cuña»). Bernard Malamud, tan admirado por Roth, publicó en 1952 El mejor (adaptada al cine en 1984, con Robert Redford y Kim Basinger), obra llena de excesos y simbología artúrica y considerada una de las mejores novelas sobre el deporte, junto con The Celebrant, de Eric Rolfe Greenberg, inédita en castellano y a la que, por cierto, a menudo se ha comparado con Pastoral americana, la historia de la decadencia y caída del «Sueco» Levov, que alcanza su gloria juvenil gracias, precisamente, al béisbol. Don DeLillo concede también una gran importancia al béisbol en Submundo, y Michael Chabon lo convierte en eje argumental en su novela Summerland, también inédita en castellano.[3] Recordemos, ya de paso, que también la literatura japonesa (en Japón el béisbol es tremendamente popular) ha explorado la veta del bate y el guante, lo mismo que, ya en nuestra lengua, la cubana: de pelota se habla en Los muertos andan solos de Juan Arocha, en Ecue-Yamba-O de Alejo Carpentier y en Milagro en Miami de Zoe Valdés.
Como vemos, pues, bajo su aparente singularidad, La gran novela americana es un libro perfectamente coherente con los intereses de Roth a principios de la década de los setenta y una interesantísima aportación a un género que a lo largo del siglo xx ha ido ramificándose y explorando nuevas posibilidades. En ella encontramos la preocupación por desenmascarar un sistema corrupto y cruel, el examen de las estrategias por las que el poder busca imponer su relato de la historia y el choque entre la imagen ideal de un país y los pequeños elementos que la ponen en cuestión —los inadaptados, los marginados, los viciosos, los raros—, además de la paranoia social resultante de tal choque. Todos ellos son temas que, de una forma u otra, Roth no ha dejado de explorar a lo largo de cincuenta años. Además, si nos paramos a pensarlo, la lejanía que el lector español puede sentir con respecto al béisbol no es mayor, en el fondo, que su desconocimiento de los presupuestos culturales que pueblan otros libros suyos que giran, por ejemplo, en torno al encaje de la comunidad judía en la cultura estadounidense, consumista y tradicionalmente protestante. Para nosotros, el béisbol y el judaísmo americano siguen siendo dos temas ajenos, por muchas películas de Woody Allen que hayamos visto. Vivimos en un mundo colonizado por el imaginario del imperio, pero todavía tenemos que descubrir muchas de sus sutilezas. La gran novela americana es una muy buena, y muy divertida, ocasión para ello.
[1] P. Roth, Reading Myself and Others, Nueva York, Farrar Straus & Giroux, 1975. [Lecturas de mí mismo, trad. Jordi Fibla, Barcelona, Random House, 2008.]
[2] A este respecto, véase D. G. Watson, «Fiction, Show Business, and the Land of Opportunity: Roth in the Early Seventies», en A. Z. Milbauer y D. G. Watson (eds.), Reading Philip Roth, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, pp. 105-125.
[3] Sobre el béisbol en la literatura estadounidense, véase S. Partridge y T. Morris, «Baseball in Literature, Baseball as Literature», en L. Cassuto y S. Partridge (eds.), The Cambridge Companion to Baseball, Cambridge, Cambridge University Press, 2011, pp. 21-32.
[Publicado originalmente (sin enlaces y con distintas ilustraciones) en Quimera, n. 408, pp. 20-22.]
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