La editorial Gallo Nero publicó a finales del año pasado un libro que ha corrido de boca en boca por librerías y redes sociales, Rue de l’Odeon, de Adrienne Monnier, con traducción y abundantes notas de Julia Osuna. El libro es un mosaico de escritos cortos de la famosa librera parisina. A los chalados de la traducción les interesarán especialmente dos: «La traducción del Ulises» y «Beckett, primer traductor de “Anna Livia Plurabelle”».
«La idea de la traducción del Ulises debió de imponerse bastante pronto, entre 1920 y 1921», escribe Monnier. La circunstancia propiciatoria fue una conferencia que en diciembre de 1921 debía dar sobre el libro Valery Larbaud, autor con una larga trayectoria trujamánica (veinticinco años después publicaría el clásico Sous l’invocation de Saint Jérome, del que, por cierto, no hay versión castellana). Se le propuso encargarse él mismo de la traducción de unos cuantos fragmentos, pero el trabajo le pareció excesivo y delegó en Jacques Benoist-Méchin, que «no tendría ni veinte años». Aunque salieron del paso, los fragmentos quedaron inéditos.
Entretanto se había puesto en marcha la maquinaria para publicar la novela entera en volumen. En 1922 Larbaud recomienda a otro joven desconocido, Auguste Morel, que por entonces había traducido a unos cuantos poetas ingleses. La tarea «le asustaba y además estaba muy ocupado», pero finalmente, a principios de 1924, aceptó, aunque «solamente una vez que le aseguraron que recibiría toda la ayuda posible de Joyce y Larbaud». El 6 de junio, Morel envía, no sin reticencias, parte del trabajo, que debía aparecer en el primer número de la revista Commerce. Uno de los fragmentos es el monólogo final de Molly Bloom. Al verlo, Joyce tiene una idea de bombero: «sugirió que estaría bien suprimir […] no sólo la puntuación, cosa que ya habíamos hecho, sino también las tildes y los apóstrofos». La decisión horroriza a Monnier, pero naturalmente acaba siendo aceptada. El trabajo se dilataría hasta 1929: «cinco años de dificultades casi continuas. No creo que hubiésemos podido llegar al final de la tarea con el beneplácito de Joyce sin la “providencial” aparición de Stuart Gilbert», otro personajillo de lo más interesante del que no voy a hablar hoy.
El capitulito sobre Beckett y la «Anna Livia Plurabelle» tiene apenas dos páginas y casi dice más del atribulado irlandés que del texto de Joyce: «se nos antojaba [a Sylvia Beach y a Monnier] un nuevo Stephen Dedalus […]. Hablaba más bien poco y disuadía todo acercamiento». Corría el año 1930. El original había aparecido en 1925 en la revista Navire d’Argent y, retocado, en 1928, en una edición de lujo de Crosby Gaige (que no «Grosby Gaige», como quiere la errata de la edición de Gallo Nero). A Joyce le gustó la versión de Beckett (ayudado por Alfred Péron), pero prefirió crear su Septuaginta particular reuniendo para ello a «un equipo de cinco personas (cinco más aparte de los dos impulsores de la traducción), con él a la cabeza». De éstas, dice Monnier, «algunas como yo no éramos más que figurantes».
Para Monnier, el primer capítulo de Finnegans Wake (que por entonces se llamaba Work in Progress), era tal vez «el pasaje más hermoso de la obra en marcha de Joyce». Así debió de parecérselo también a Francisco García Tortosa, que en 1992 publicó en Cátedra una versión bilingüe del capítulo con la colaboración de Ricardo Navarrete y José María Tejedor. Al año siguiente, Lumen publicaría, traducida por Víctor Pozanco, la novela entera. Desconozco el resultado, pero no hubiera querido estar en su pellejo.