El mundo moderno ha sustituido la duración y la demora por el culto a lo efímero y el goce instantáneo. Éste es uno de los principales lugares comunes, si no el mayor, de la aproximación humanista al problema que nos ocupa. Al menos desde la Escuela de Frankfurt y hasta Zygmunt Bauman se extiende una larga tradición que lamenta el carácter pasajero de nuestros días y clama por un retorno a formas premodernas de vivencia de los mismos […].
Esta tradición se ha presentado siempre como resistente, es decir, como pensamiento alternativo a la cronología dominante. Pues bien: acaso en mala hora, presentaré aquí un argumento que está en el origen de este libro: aunque parezcan minoritarios, esa clase de discursos son, en verdad, populares y exitosos. Su fortuna está en la base de la cultura de masas. En efecto, esta idea de la actividad creativa como remanso de paz privada frente al sindiós de la moda y la tecnología es uno de los presupuestos mayores del escaparate cultural contemporáneo. […] En primer lugar porque sigue vivo y coleando el presupuesto romántico sobre las capacidades redentoras de la creatividad. […] De ahí a la segunda razón, que Umberto Boccioni explicó de manera modélica […]. Boccioni se lamentaba al constatar que el ciudadano que vive en un mundo futurista (¡trenes, aeroplanos, ruido y velocidades!) es también, voto a Bríos, un espectador passatista. […] Mutatis mutandis, el diagnóstico de Boccioni sigue siendo válido para nuestra época: el público que vive en el ciberespacio, en los blogs y en los iPhones suele esperar de la experiencia estética que le muestre otro mundo temporal.
El fragmento (algo extenso, se siente) pertenece a Homo Sampler de Eloy Fernández Porta, que debo admitir me ha interesado más de lo que al principio hubiera creído. En él se describe con sencillez y eficacia un fenómeno observamos de forma periódica cada vez que se manifiesta un gran cambio: el quintacolumnismo humanista. Ejemplos, lamentablemente, los hay a patadas: Bloom el cabalista chespiriano vs. los estudios culturales, el tardío desembarco de la posmodernidad en España (y su aún más tardía extinción: algunos todavía no se han dado por enterados). No son exclusivos de este tiempo: ya Platón denostaba la escritura y Lukács juró y perjuró que Kafka y Joyce eran al arte lo que la marcha militar a la música (bueno, no en estos términos).
Ojalá el humanismo meditara mejor sus estrategias y renunciara a las jeremiadas apocalípticas. Ojalá los posmodernos fueran algo menos memos y algo menos cínicos con respecto a su posición (nuestra posición) en la historia. Magari, magari… Y es que, como decía Terry Eagleton:
Hoy en día los carrozas que trabajan en las alusiones clásicas de Milton miran con recelo a los jóvenes turcos ensimismados con el incesto y el ciberfeminismo. Los brillantes jovencitos que redactan artículos sobre el fetichismo de los pies o la historia de la bragueta miran con desconfianza a los escuálidos y ancianos eruditos que se atreven a sostener que Jane Austen es mejor que Jeffrey Archer. Una ferviente ortodoxia deja paso a otra.
(Fuentes: Eloy Fernández Porta, Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, Barcelona, Anagrama, 2008, págs. 159-160. ¶ Terry Eagleton, Después de la teoría, Barcelona, Debate, 2005, Ricardo García Pérez, trad., pág. 15.)