Como los artículos para El Trujamán son tan cortos, no me quedó espacio para comentar un artículo de Carlos Sentís en el que habla de Simenon y sus intentos de traducirlo. Se titula «Simenon» y se encuentra en su último libro, Cien años de sociedad. El fragmento que me interesa es éste:
Por otra parte, consideré que el éxito de Simenon no estaba asegurado entre los lectores de un idioma como el español, pues entonces no era posible la publicación en catalán. El idioma catalán es más permeable para recibir un estilo como el de Simenon, un poco retorcido, frente al español, más académico. Yo mismo realicé la prueba traduciendo un cuento breve que fue publicado en una revista literaria de Madrid y comprobé la dificultad de la traducción simenoniana al español. El caso es que no pensé más en ediciones y, eso sí, proseguí leyendo.
El tópico de lo más o menos dotadas que están ciertas lenguas para vehicular conceptos y estilos es tan viejo como el pensamiento sobre la literatura. (En castellano se vivió un interesante debate en época renacentista en el que personajes como Juan de Valdés y Francisco de Medina reflexionaron sobre la dignidad de las lenguas vulgares.) Aunque imagino que Sentís, más que a determinismos lingüísticos, se refiere a las distintas tradiciones traductoras de cada lengua. En mi opinión es posible identificar, aún hoy, dos tradiciones distintas en castellano y en catalán. El primero es cierto que arrastra cierto lastre académico con el que –seamos sinceros– nos damos de bruces a diario traduciendo. El segundo, por motivos bien sabidos, suple ciertas carencias en el uso con una mayor osadía.
Al final del texto, refiere Sentís cómo terminó su afición al escritor belga:
La realidad de Simenon era mucho más adocenada que su proyección novelesca. Incluso grabó el número de veces que había practicado lo que se llama hacer el amor. […] Escribió que el suicidio de su hija se debió a que se había enamorado de él y la pobre chica no encontró otra salida. Tal vez era cierto, pero al escribirlo, hizo gala de una gran insensibilidad. […] No sé si por hechos de esa última etapa o por un cambio de apreciación literaria, el caso es que, de simenonista decidido, pasé a no ser su lector.
La desafección de Sentís plantea la cuestión del baremo por el que debe ser juzgado un escritor, cuestión plenamente vigente (recordemos el reciente caso de Céline). Debatir al respecto sería apasionante, pero el tema escapa ya al ámbito de este blog…
[Fuente: Carles Sentís, Cien años de sociedad. Recuerdos de un periodista centenario, Barcelona, Libros de Vanguardia, 2010, págs. 28-31. Aprovecho para remitir (así, por la patilla) a un artículo de mi amigo Andreu Navarra sobre el nazismo de Céline: «Céline, el hombre enfadado», en Babab, núm. 11 (enero de 2002).]
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