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Archive for noviembre 2010

Ana Alcaina, Carmen Francí, Juan de Sola y Zoraida de Torres presentarán mañana el informe que resume el state of the art de la traducción de libros en el país. Como la cosa está que arde con la llegada del libro electrónico –por no hablar del sempiterno problema de las tarifas–, será interesante. Malaparte y yo ahí estaremos.

En la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona, a las 13 h.

Nota: para un resumen de los puntos destacables del informe, véase este post de Ediciona; el libro puede bajarse íntegro en PDF aquí.

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Desde hace un par de meses está en las librerías un nuevo libro de P. D. James, Todo lo que sé de novela negra, traducido por mi amiga y ahora compañera de estudio María Alonso. A lo largo del texto, María traduce, con atinado criterio, «detective fiction» por «narrativa detectivesca», pues de eso, y no de novela negra, va el libro. El título del original no deja lugar a dudas: Talking About Detective Fiction. Naturalmente, el responsable de esta metamorfosis de géneros ha sido el editor, quien, confiando acaso en vender un par de ejemplares más gracias al boom actual de la (ahora sí) novela negra escandinava y similares, ha optado por desoír las sugerencias de la traductora acerca del título e ingeniar este sinsentido.

Pues la distinción entre un género y otro no es caprichosa ni gratuita, y así lo ha notado Rosa Mora en una reseña aparecida en Babelia. Para cerciorarnos, busquemos una autoridad y veamos qué dice el Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón (pág. 760):

Aunque estos relatos [la novela negra] siguen fundamentalmente el esquema de la novela policíaca […] y una organización análoga en el desarrollo de la historia […], se diferencian de ésta en que el interés primordial no radica tanto en la resolución del enigma cuanto en la configuración de un cuadro de conflictos humanos y sociales, además de un estudio de caracteres, a partir de un «enfoque realista y sociopolítico de la contemporánea temática del crimen» [el entrecomillado es cita del libro La novela negra de Javier Coma]

La decisión del editor frustra lo que en teoría literaria se conoce como horizonte de expectativas: no son lo mismo Dashiell Hammett, Mickey Spillane y Charles Willeford que Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Ruth Rendell, de modo que el lector que busque a los primeros en el libro de la venerable Phyllis Dorothy (si me llamara así, también yo firmaría con iniciales) se dará de bruces, para su sorpresa, con los segundos.

Un ejemplo como tantos de cómo en ocasiones la culpa no es del traductor, sino de las descoordinadas dinámicas de la producción editorial. O mores.

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La vuelta de Nueva York no ha coincidido solamente con la llegada de los primeros fríos, sino con el pago de algún trabajito, la boda de una amiga muy especial y la finiquitación, la semana pasada, de Simon Beckett. Bueno, la de él no, pobre hombre, sino la de la traducción de Whispers of the Dead, su tercer David Hunter, del que podéis ver un vídeo promocional aquí.

Terminar un libro significa ponerse con el siguiente (si hay suerte; si no, es cuando te conviertes en ese 20 % que sale en las noticias). Debo reconocer que el que ahora tengo entre manos, una biografía de Cleopatra, lo acepté con recelo. Porque ya se sabe: los libros sobre Egipto, suelen ser como los de templarios, todo misterio, telurismo y simbología arcana. Pero no. Cleopatra. A Life, de Stacy Schiff está bien parido y bien escrito. Además abundan las referencias a autores antiguos, lo que significa que Plutarco, Cicerón, Flavio Josefo y el resto de los volúmenes de Gredos y yo intimaremos bastante durante los próximos meses. El hecho de que se prepare una adaptación al cine con Angelina Jolie de protagonista es un plus de motivación.

Pero la gorda es la última, y es que tras vacilaciones, temores y titubeos servidor ha decidido salir de casa y, después de no sé cuántos años trabajando a escasos cinco metros de la cama, instalarse en un estudio. Con la suerte de caer en un local precioso en el corazón del barrio de Gràcia, a tiro de piedra de Hibernian Books y el Café Suec, y, lo que es mejor, con cinco coinquilinos de lujo, entre ellos María y Ana, viejas amigas con quienes ya tuve el gustazo de traducir Los Bin Laden de Steve Coll, entre otros. Como además tenemos patio, no veo la hora de llenarlo de plantas y dedicarme por fin a algo serio, como la jardinería.

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Por blogs, twitters y periódicos han corrido estos días como la pólvora los nombres de Adan Kovacsics y Mauro Armiño, galardonados la pasada semana con el Premio Nacional de Traducción, a la trayectoria el primero, a la obra (Historia de mi vida de Casanova) el segundo. Es fácil encontrar datos acerca de ellos (por ejemplo, aquí, aquí o aquí), así que me los ahorro.

También la semana pasada se supo que Monika Zgustová se ha llevado el Premio Ángel Crespo de este año por la versión castellana de Las aventuras del buen soldado Svejk. El comunicado, por cierto, contiene información inexacta: «[el libro] es un clásico de la literatura checa que por primera vez se ha traducido en España [sic] directamente de su lengua original», dice, olvidando que Proa publicó hace quince años la versión catalana, lapsus incomprensible considerando que el comunicado lo redacta la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña y que la firmante de la traducción de marras era la propia Zgustová.

Daniel Najmías, por su parte, recibió hace un par de semanas el Premio Esther Benítez por su traducción de París Francia de la entrañable Gertrude Stein. Sobre este libro recuerdo una anécdota simpática: la madre de una amiga lo estaba leyendo y cierto día me comentó que no le estaba gustando nada, que le parecía que el traductor no sabía poner ni los puntos ni las comas. Tuve que decirle que no, que eso no era culpa de don Najmías, antes bien: si le daba la impresión de que el libro estaba puntuado a la buena de Dios, seguramente la traducción era buena.

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Para alegría de Malaparte y mía, han aparecido en la red dos nuevas y elogiosas reseñas: «Releemos Kaputt, en una nueva y excelente traducción (discutible, sin embargo, la decisión de no traducir a pie de página los abundantes diálogos en francés), y comprobamos que [Malaparte] es algo más que un escandaloso escritor de otro tiempo», escribe el poeta y profesor José Luis García Martín en su blog Crisis de Papel. Y en la web Sobre Relatos, Souto Alves califica a Kaputt de «nuevo libro del desasosiego». ¿Qué mejor manera de terminar la semana?

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Hasta que dispongamos de una edición multimedia de las novelas de Malaparte no sabremos cómo suenan las canciones que cita. Como por el momento eso es ciencia ficción, aquí van un par de pinceladas acerca de un tema que se menciona al principio de La piel, al hablar de «una muchacha que se peina asomada a la ventana mientras canta el “Ohi Marì” y se mira en el cielo como quien se mira en un espejo» (pág. 32).

La canción de marras se hizo famosa hacia 1940 (recordemos que la acción del libro se sitúa en 1943) de la mano de Alberto Rabagliati, cantante de primera y actor de segunda quien, tras ganar un concurso de imitadores de Rodolfo Valentino (sí, en serio) pasó unos años en Estados Unidos. Su regreso de las Américas sirvió para dar un empujoncito a la introducción en Europa de los ritmos jazzeros de los años treinta. De hecho, el «Ohi Marì» suena un poco a Bix Beiderbecke pasado por el filtro del cuplé.

Para quien no tenga Spotify (donde hay otras versiones), cuelgo aquí lo que he encontrado en YouTube:

Don Rabagliati hizo su última aparición televisiva en 1974, en el programa Milleluci, presentado por Raffaella Carrà. Poco después falleció de una trombosis. Y no insinúo nada.

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«Basta leer la reciente reedición de Kaputt (Galaxia Gutenberg), sin las mutilaciones de la antigua censura, para adentrarnos en un modo de narrar de una brillantez que haría palidecer las pascuas de escritores anglosajones en mi opinión limitadísimos». Son palabras de Gregorio Morán, que la semana pasada publicó en La Vanguardia (30-10-2010, pág. 28) un artículo a tres columnas donde aboga por restaurar el honor del Malaparte prosista y denuncia los lugares comunes que desde hace cincuenta años vienen estorbando a todo aquél que desee formarse una idea más o menos desprejuiciada del de Prato.

Podéis leer el artículo completo aquí.

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Creo que todos los lectores de Malaparte estarán de acuerdo: la escena de los caballos del lago Ládoga, en el capítulo III, es una de las más poderosas de Kaputt. Resumo el pasaje (págs. 73-74):

Al tercer día se declaró un tremendo incendio en el bosque de Raikkola. Acorralados en un círculo de fuego, hombres, caballos y árboles proferían unos gritos terribles. […] Enloquecidos por el pánico, los caballos de la artillería soviética, casi un millar, se arrojaron a las llamas, rompiendo el asedio del fuego y las ametralladoras. Muchos perecieron entre las llamas, pero una gran parte alcanzaron la orilla del lago y se arrojaron al agua.

[…] Durante la noche bajó el viento del Norte. (El viento del Norte baja desde Murmansk como un ángel, gritando, y la tierra muere de repente.) Empezó a hacer un frío terrible. De pronto, con su característico sonido de vidrio agrietado, el agua se heló.

[…] Al día siguiente, cuando las primeras patrullas de sissit, con los cabellos chamuscados, los rostros negros de humo, caminando con cuidado sobre las cenizas todavía calientes del bosque carbonizado, llegaron a la orilla del lago, un espectáculo horrendo y maravilloso surgió ante sus ojos. El lago era como una inmensa plancha de mármol blanco sobre la cual había colocados cientos y cientos de cabezas de caballo. Parecían cercenadas por el corte limpio de un hacha. Las cabezas eran lo único que emergía de la costra de hielo. Todas miraban hacia la orilla. En sus ojos abiertos ardía aún la llama blanca del terror. Al borde de la orilla, una maraña de caballos furiosamente encabritados sobresalía de la cárcel de hielo.

A propósito de un artículo de Fernando Díaz-Plaja, dije ya que durante mucho tiempo (incluso después de haber traducido la novela) creí que la escena era fruto exclusivo de la imaginación de Malaparte. Las declaraciones de Lamberti Sorrentino citadas por Díaz-Plaja («¡Eso lo hemos visto todos los que fuimos de corresponsales a Rusia!») me pusieron sobre la pista. Desde entonces he sabido que el astrofísico canadiense Hubert Reeves, conocido por obras divulgativas como La historia más bella del mundo y Últimas noticias del cosmos, da una explicación física de la anécdota malapartiana en su libro L’heure de s’enivrer: los caballos quedan inmovilizados en el hielo debido a un proceso llamado sobrefusión, por el cual un líquido puede enfriarse por debajo de su temperatura de congelación sin por ello volverse sólido. En ese estado, sin embargo, la más mínima alteración –en nuestro caso la zambullida de los caballos en el lago– puede provocar su solidificación casi instantánea. O que en Moscú puede verse un monumento a los caballos del Ládoga, y que el fenómeno de la sobrefusión había aparecido ya, al menos, en otra novela, Hector Servadac, uno de esos títulos de Julio Verne que servidor no había oído mentar en su vida –«L’un des ouvrages les plus drôles et hallucinés de Jules Verne», a decir de la Wikipedia.

La fuerza casi bíblica de la imagen de los caballos (que Malaparte refuerza trayendo a ese peculiar ángel exterminador metamorfoseado en viento polar), le sirvió al político y ensayista francés Alain Peyrefitte para dar título a su libro Les chevaux du lac Ladoga: La justice entre les extrêmes. He intentado colgar una foto sobre el mismo motivo encontrada en Flickr, pero como no he podido, os remito a ella y punto: aquí.

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