El ínclito Muchnik publicó hace casi diez años un modesto librito titulado Léxico editorial (Madrid, Taller de Mario Muchnik, 2002), en el que repasa, por orden alfabético, unas cuantas de las piezas que conforman el engranaje de la producción de libros: agentes, autores, contrato, correcciones, estilo, librerías, ordenador, premios, publicidad, tapa dura… y sí, también traducción. Empieza así: «Los editores disponemos de un vasto anecdotario de chapuzas, tanto en el campo de la redacción y la traducción como en el de la corrección» (pág. 176), y a continuación trae un breve elenco de dichas chapuzas: «el célebre, inmortal y ubicuo americano, el General Strike», «otro general americano inmortal y ubicuo, el General Staff» o esa desconocida obra de Shakespeare, La clase obrera perdió su amor al trabajo. Pasada la preceptiva parte jocunda del asunto, se pone teórico:
Hay dos extremos, igualmente nefastos: el de los traductores que consideran sagrado el original y tan fieles le son que entregan traducciones que suenan extrañamente a la lengua del original; y el de los traductores que consideran tan creativo su trabajo que, «interpretando» (dicen) el original, lo traicionan. A este extremo se adscribía un traductor que, donde el autor francés hablaba de un cuartel en donde «se olía el tabaco», prefirió poner «se olía el betún». El de las botas, decía.
Las buenas traducciones pueden, y en algunos casos deben, apartarse del original. Lo que no es tolerable es que sean reescrituras del original. En eso caen ciertos traductores que, cuando en el original el autor usa el habla de la calle de Berlín, ellos echan mano del habla de la calle de Madrid, el cheli. En ninguna obra de un autor alemán es creíble un personaje que diga: «¡Alucinas, tío»
Sólo puedo decir que las anécdotas de la primera parte me suenan demasiado manidas para parecer verosímiles. En cualquier caso, si un traductor es capaz de hablar del general Strike, es seguro que no será ésa la mayor metida de pata del texto y sólo cabe preguntarse en qué pensaba el editor cuando le encargó el libro. La segunda parte, la seria, reescribe la cansina oposición entre traducción literal y traducción libre. Sinceramente, espero leer algo más interesante en su Editar ‘Guerra y paz’. O al menos, mejores chistes. El resto del libro tiene sus momentos, todo sea dicho.
[La foto está sacada de aquí.]
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