No sé cuántos libros hay en casa, pero la mitad, si no más, son de segunda mano. Me pasé los últimos años de instituto, domingo sí domingo también, pateándome los tenderetes del mercado de Sant Antoni. Poco después empecé a frecuentar la librería Canuda, las de la calle Aribau, las de la calle dels Àngels, la desaparecida Cervantes de la calle Tallers… Debo decir que sólo en ésta última me han tratado como a una persona; en cuanto a las demás, llevo quince años saliendo por sus puertas sintiendo los ojos y el silencio del librero clavados en el cogote.
Cambié hace años Sant Antoni por cierto mercadillo solidario de periferia (cuyo emplazamiento me reservo) donde era posible comprar los libros de la Bernat Metge a dos euros. Con el tiempo se cansa uno de que le tomen el pelo, de ver marcados a cinco euros viejos volúmenes de Austral más negros que mi reputación (y ya es decir, que escribía el clasico), o los infames tomos crema de los clásicos catalanes de Edicions 62-La Caixa.
Luego sucede el milagro, se va uno a vivir a Berlín y descubre que el paraíso se encuentra a la vuelta de Prenzlauer Allee: la Saint George’s tiene miles de libros a precios muy pero que muy razonables (Women of the Left Bank de Shari Benstock, perfecto estado, 10 euros; por decir algo…) y bien clasificados (nada de encontrarse cursos de idiomas en la sección de crítica literaria), dos libreros jóvenes y majetes que se saben el catálogo de pe a pa, que no te dejan comprar un libro de primera mano si lo tienen de segunda y más barato (a mí llegaron a quitarme libros de las manos en dos ocasiones), que te aconsejan y se interesan por saber a qué te dedicas (gracias a ellos encontré las ediciones inglesas de Kaputt y La piel). Que los miércoles por la noche hubiera sesión doble de cine por cuatro euros, cerveza incluida, ya era la repanocha. Y digo la Saint George’s porque estaba al lado de casa. Podría hablar de Another Country, donde ponían platos cacahuetes junto a los sofás y podías pedirte una cerveza o una copa de vino, de Fair Exchange, al ladito del mercadillo turco y del mejor falafel de la ciudad, de East of Eden, de…
Así las cosas, era inevitable que al volver a Barcelona me aficionara a Abebooks. Porque me ahorro la vergüenza de que no me saluden al entrar y me miren como un ladrón al salir, el olor a bibliófilo rancio y, sobre todo, la indignación de ver basura de lance, arrugada y subrayada a apenas dos euros menos que de primera mano. Ayer, sin ir más lejos, recibí en casa, por 15 dólares envío incluido, la primera edición inglesa de Wars I Have Seen de Gertrude Stein. Me la envía la mítica Strand Bookstore de Nueva York, me incluye factura para que desgrave y me regala un punto de libro.
Dicho lo cual, sólo me queda desearles buenas noches y buena suerte a Canuda, Gibernau y compañía.
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