Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores acaba de poner a la venta (en una edición preciosa con una foto de Robert Capa en la chaqueta de sobrecubierta) el libro al que este blog debe su existencia. De enero a junio del pasado año, servidor le dedicó todo el cariño del que fue capaz, primero en Berlín y después en Barcelona. De Kaputt ha dicho Margaret Atwood que «es un libro triste, asombroso, horripilante y lírico». Espero que en mi versión pueda apreciarse, porque es la pura verdad. Sin más, os dejo con el prólogo:
ESTA EDICIÓN
La presente traducción de Kaputt, la segunda en español, parte del texto preparado por Luigi Martellini para su edición de las Opere scelte de Curzio Malaparte en la colección «I Meridiani» de la editorial Mondadori.
El propio Malaparte lo advierte al principio del libro: «el manuscrito de Kaputt tiene una historia», y si bien hoy en día la crítica parece de acuerdo en que, tal cual la relata Malaparte en su prefacio, ésta obedece menos a la realidad que al tópico literario del manuscrito encontrado, la peripecia editorial de la novela es ciertamente compleja y vale la pena resumirla para comprender los motivos y la importancia de una nueva traducción. Según los diarios del autor, Kaputt se gesta entre 1941 y 1942, y su redacción se prolonga hasta 1944. En mayo de ese año, el editor napolitano Gaspare Casella publica la primera edición. Las condiciones no son las ideales: la ciudad vive sometida a los bombardeos alemanes, los cortes de suministro son continuos y el material de imprenta escasea; en esas circunstancias, no es extraño que el libro apareciese plagado de errores tipográficos. En 1948 los derechos de Kaputt pasan a manos de la editora Daria Guarnati, que ese mismo año publica la que se anuncia como «edición definitiva» del texto, «revisado y corregido (desde el punto de vista tipográfico) por el propio autor». Sin embargo, se da la circunstancia de que, en un ejemplar de la novela hallado entre los volúmenes de la biblioteca personal de Malaparte, constan correcciones autógrafas al texto de 1948. Parte de estas variantes se incorporan al reeditarse la novela dentro de las obras completas de Malaparte del sello Aria d’Italia en 1950. Kaputt se edita de nuevo en 1960 (tres años después de la muerte del autor), al cuidado de Enrico Falqui, como parte de las obras completas de la editorial Vallecchi. Para la fijación del texto de «I Meridiani», Luigi Martellini parte del de Aria d’Italia (es decir, incorporando todas correcciones debidas a la mano del autor), cotejándolo con la princeps y con la edición de Vallecchi, así como con algunas traducciones. Con todo, la edición crítica de Martellini sigue pendiente de mejoras que supriman todos los errores e inconsistencias no queridos por el autor o, cuanto menos, los comente en un aparato de notas; el caso del uso de lenguas extranjeras a lo largo de la novela, comentado más abajo, es tal vez el ejemplo más claro. (En el momento de redactar estas líneas, y tras una trifulca jurídica entre editores y herederos, la casa Adelphi anuncia una nueva edición de la novela. Está por ver si por fin en ella se resuelven estos detalles.)
La primera traducción española de Kaputt lleva la firma de R. Coll Robert y salió de las prensas barcelonesas de la editorial de José Janés en 1947, tomando como referencia, por lo tanto, la primera edición italiana. A pesar de no incluir las correcciones posteriores del autor, de los errores varios en la transcripción de topónimos, nombres propios y extranjerismos y de los varios recortes del texto por motivos de censura (amén de algunos criterios de la traducción en sí que no es éste el momento de detallar), éste era el texto que, sin las necesarias enmiendas, venía reimprimiéndose hasta hoy en distintos sellos, lo que equivale a decir que el lector de Kaputt en español lleva más de sesenta años leyendo una versión obsoleta, y en ciertos puntos adulterada, del texto. La fortuna de la novela en otras lenguas no ha sido mucho mejor. El autor se quejó ya en su día de las erratas y deslices de la versión francesa: «Usted conoce mi parecer acerca de la edición francesa de Kaputt: es inaceptable», escribe Malaparte a Guy Tosi, director editorial de Denoël, en enero de 1948, y un mes más tarde: «Estimado Tosi […], cada vez que abro Kaputt me coge una crisis de hígado». Por fortuna, parece ser que muchos de esos errores terminaron solventándose, y en la actualidad la traducción de Juliette Bertrand luce en la portada la mención de «édition définitive». En cuanto a la versión alemana de Hellmut Ludwig, omite por entero la «Historia de un manuscrito», sección que sí aparece (aunque sin la cita de Meyer) en la versión inglesa de Cesare Foligno, a la que en cambio le falta, incomprensiblemente, un capítulo entero (el undécimo), entre otros deslices minuciosamente conservados en la reedición de 2005 a cargo de la New York Review of Books. Además, los errores factuales que contienen estas ediciones (basadas todas en la edición de 1947) son numerosos, aunque conviene tener en cuenta que la diversidad de los referentes culturales y literarios de la novela es tan vasta (de la arquitectura finlandesa del xix a la geografía urbana de Varsovia, de la Recherche de Proust a las eddas nórdicas, pasando por la gastronomía tradicional rumana) que acometer una traducción sin errores de esta clase antes de la existencia de internet resulta prácticamente impensable, tanto menos cuanto que, como se ha dicho, el texto original, aún hoy, no es del todo fiable. Esto no implica que las versiones de Bertrand, Coll Robert y Foligno no contengan algunas soluciones interesantes, y me ha parecido sensato no pasarlas por alto en determinados pasajes.
Mención aparte merece la coexistencia polifónica de varias lenguas en el libro. Malaparte trufa su novela con expresiones en español, finlandés, francés, inglés, napolitano, polaco, rumano, ruso, serbocroata y sueco, con la dificultad añadida de que la ortografía que emplea no siempre es la correcta: en muchos casos, palabras y topónimos extranjeros aparecen con la ortografía italianizada. Puesto que en ocasiones lo que pretendía ser una frase extranjera se convierte en la realidad en un galimatías casi indescifrable, y entendiendo que no cabe atribuir esta clase de estridencias a la voluntad de Malaparte, la presente traducción (por primera vez hasta donde se me alcanza en la historia editorial de Kaputt en cualquier lengua) corrige donde se ha creído pertinente.
Malaparte sólo a veces traduce o explica estas expresiones en el propio cuerpo de la novela; en el resto de casos (por ejemplo en los abundantes diálogos en francés o en algunas citas literarias) el lector se ve obligado a lidiar a solas con la heteroglosia del texto. A diferencia de las traducciones de Coll Robert o de Foligno, la presente edición ni traduce en nota al pie estas expresiones ni da al respecto más explicaciones que las que contiene el original, aun a sabiendas de la perplejidad que esto puede causar en el lector. Este criterio se fundamenta no sólo en el respeto a la voluntad del autor, sino también en la convicción de que, en el contexto general de la obra, no es tan importante conocer el significado de una palabra concreta en finlandés o en rumano como asistir al efecto de mosaico europeo que Malaparte reproduce en estas páginas y que, con el máximo cuidado, se ha procurado trasladar al lector de lengua española.
Plantearse siquiera resolver la infinidad de problemas derivados de esta convivencia de lenguas habría sido tarea imposible sin la generosa ayuda de Annika Bergfalk, Marija Djurdjević, Satu Ekman, Dulce Fernández Anguita, Ulrika Fuchs, Lorenzo Gallego Borghini, Albert Lázaro-Tinaut, Aleksandra Lun, Iulia Nica y Susanne Weck, a quienes, huelga decirlo, no cabe atribuir cualesquiera errores que yo haya podido pasar por alto.
David Paradela López
Berlín, primavera de 2009
Pues no sabe cuánto me alegro, caballero. Hoy mismo encargaré el libro en la librería de la esquina.
¿En qué anda metido ahora?
¡Muchas gracias, Juan!
El viernes hablaremos de lo que hay en el horno…
Ese prólogo destila un trabajazo asombroso y encomiable, además de una pasión por el libro que ni te cuento. Muchísimas felicidades por esa cuidadísima edición, noi.
¡Gracias por las felicitaciones, Laura! Encomiable no sé, pero lo que es trabajazo y pasión ya te digo yo que…
A veure quan trobo un moment per comprar-lo, i un altre per llegir-lo… Fa molt bona pinta!
[…] que a los traductores (con buen criterio y salvo malapartianas excepciones) no nos dejan poner agradecimientos en los libros, tengo que decirlo aquí: va por […]
Hace ya un año que me regalaron el libro y que lo leí.
La traducción es buena. Enhorabuena. Pero está incompleta y lastra innecesariamente la lectura del libro. No sé si realmente es su decisión —la responsabilidad es del editor—. Perdone, pero lidiar con la heteroglosia es lo propio de enfrentarse a versiones originales en lengua extranjera, no de las traducciones.
Es curioso que mantenga la no traducción de pasajes relevantes y extensos del texto por estar escritos en lenguas extranjeras y que luego corrija al propio autor. ¿Dónde queda «el respeto a la voluntad del autor» al que se alude? Sin acritud, parece no es muy congruente la argumentación esgrimida en este punto.
Enhorabuena por la traducción hecha.
Estimado Pablo, habría querido responder antes, pero ahí voy:
La decisión de no traducir los fragmentos fue mía. (El editor habría preferido traducirlos al pie.) Mis motivos, como se explica en el prólogo, se basan en el respeto a la intención del autor: si Malaparte no consideró necesario facilitar la tarea de sus lectores, no seré yo quien lo haga (a menos que estuviéramos ante una edición comentada, que no es el caso). Como la mayoría de criterios, puede ser opinable. Yo sigo considerando que es la decisión correcta: tratar, dentro de lo viable, de no decir más ni menos de lo que dice el autor, y decirlo de la manera más similar posible.
Lo de corregir al autor donde yerra no es ni deja ser congruente con el criterio elegido, y no lo es porque se trata de una cuestión aparte. Se trata de que no es razonable creer que Malaparte comete faltas de ortografía en polaco, en rumano o en sueco de forma deliberada. A eso se han limitado mis correcciones: a restituir diacríticos y a evitar que una frase en lengua extranjera se convierta en un garabato.
Que enfrentarse a la heteroglosia de un texto es lo propio de los originales y no de las traducciones también es opinable. Planteado así, en términos generales, se me permitirá que discrepe.
Gracias por la enhorabuena, se agradece tener lectores críticos y antentos.
Le agradezco su respuesta, David. Disculpe no haber podido contestar antes.
Entiendo que la traducción, en el fondo, es una tarea ingrata. Quienes leemos a menudo no advertimos que los textos en otras lenguas nos hablan gracias a quienes traducen. Además de eso, los editores tampoco los tratan muy bien. Incluso, creo recordar que los derechos de autor les son más adversos por el tipo de contrato de edición (se nota especialmente en originales sin propiedad intelectual).
Me alegro de que en su caso, goce de gran libertad que le otorga el editor —aunque no me considere beneficiado por ella—. Reconozco que recuerdo su traducción como buena —y últimamente no lo puedo decir de muchas—.
Ahora, no trato de minimizar su discrepancia. Estoy con usted que muchas cosas son opinables y discutibles. Es obvio que nuestras posiciones discrepan, cuestión perfectamente legítima. Obviamente, no pretendo corregirle o enmendarle la plana, ni tampoco convencerle. Probablemente no tiene mucho sentido que profundice en la discrepancia —al menos aquí—. La disensión no es mala y el consenso no es siempre deseable.
Respecto a la heteroglosia, un detalle: que sea propia del enfrentamiento con originales en lengua extranjera se debe al hecho de que ἕτερα γλπῶσσα es «otra lengua» o «lengua distinta». Poliglosia, πολλαὶ γλῶσσαι, es la multitud de lenguas. En ese sentido, entiendo enfrentarse a un texto original en lengua distinta de la propia es lo constitutivo de la heteroglosia —no necesariamente con la poliglosia—.
No soy traductor, sólo un simple lector. No soy un lector culto. Mi intención no es convencerle, sino mostrar —digámoslo así— la situación «desde el otro lado».
Probablemente lo que más define mi acceso a «Kaputt» es que no soy un «malapartiano» —no creo que sea el único—. Desconocía a este autor antes de que me regalasen el libro. Lo leí con ganas —porque el libro tenía muy buena pinta—, pero tuve que empezar a dar saltos, dependiendo de la lengua extranjera que no entendiese. Al final, la comprensión del texto es un poco fragmentaria —no descarto que se deba a que soy un mal lector—, con una sensación confusa respecto al tiempo invertido en su lectura.
No dudo de que su decisión de no traducir sea legítima. Desde cierta perspectiva, no tengo tan claro que sea muy adecuada. Permítame una doble consideración. Podría intentar leer «La piel», pero me temo que no me merece la pena, por desgracia. No me entienda mal. No es por una venganza pueril y tonta —ni de otro tipo—. Es porque intuyo que me voy a encontrar un libro escrito en español, entre otras lenguas, del que me enteraré sólo en parte Y me temo que no soy la excepción, porque gente que entienda francés y alemán —dando el inglés por supuesto, otorgando mucho— en España creo que son lo extraordinario. Los mismos argumentos se presentan al pensar en regalar, prestar, o siquiera recomendar estos títulos.